
Por: Lilliam Maldonado Cordero
Como adultos responsables, tenemos la obligación de explicarle a nuestros niños y niñas sobre la importancia de la lucha por los derechos de las mujeres. Sus protagonistas históricas fueron madres, hijas y hermanas, y muchas apostaron al más grande amor: dar sus vidas por otras.
Marzo es el mes de recordar las luchas y conmemorar los logros de mujeres valientes y arrojadas que visibilizaron el estado de injusticia e inequidad en que se encontraban ellas y sus iguales. Algunas mujeres, hoy día, resienten ser felicitadas, particularmente en el Día Internacional de la Mujer Trabajadora observado cada 8 de marzo. Las razones para este sentimiento, aparentemente contrario a la lógica, está enraizado en rememorar con profundidad los dolores de parto de quienes dieron a luz mejores condiciones laborales y de vida para nosotras.
Basta con recordar su origen, que se dice fue en 1875, cuando cientos de empleadas de la industria de textiles se apoderaron de las calles de Nueva York para exigir una jornada laboral máxima de diez horas diarias, mejores condiciones en el empleo, el derecho al voto y abolir el trabajo de las niñas. Como consecuencia, 120 mujeres murieron abatidas por la Policía buscando controlar las protestas. Más adelante, en 1908, otras 130 mujeres murieron en un incendio en la fábrica donde trabajaban. El patrón del lugar, buscando sofocar el paro que habían iniciado como medida de presión para lograr mejores condiciones de trabajo y salarios justos, cerró la salida del edificio, que se incendió y acabó con ellas. Luego, en 1911, 149 personas que trabajaban en condiciones paupérrimas en la fábrica Triangle Shirtwaist en la ciudad de Nueva York -la mayoría de ellas mujeres-, fallecieron atrapadas en otro incendio. Sus propietarios mantenían los portones encadenados. Esta tragedia, lamentablemente, dio vida a nuevas mártires.
Estos eventos se suman a un sinnúmero de antecedentes históricos que fueron germen para este movimiento de manifestaciones de mujeres, desde Europa y otros continentes, que mucho antes reclamaban equidad entre los sexos, acceso al voto y mejores condiciones laborales. Sin su pujanza y valor no se hubieran limpiado de abrojos los caminos escarpados hacia mejores condiciones laborales y de vida para las mujeres.
No obstante, es incomprensible ver cómo se ridiculiza y desvirtúa el ejercicio a la libre expresión y asociación de quienes continuamos visibilizando la necesidad de mantener la discusión abierta sobre los feminicidios, la obligación del estado para permitir la educación sensible y respetuosa de las diferencias de género, el deber de desalentar la violencia machista, la trata humana, la inequidad en el pago por igual trabajo, la falta de acceso razonable para el cuido de niños que brinde oportunidad para que sus madres se eduquen y trabajen. Toca al Estado ofrecer las garantías civiles y jurídicas que resguarden una vida digna para las mujeres y sus hijos.
Estemos atentos a quienes, teniendo acceso al poder, torpedean y arremeten contra los ciudadanos que buscamos construir la sociedad de paz que solo se logra desde la justicia. Si no hubiera sido por revolucionarios como Cristo, Ghandi, Marie Curie, Mandela, Rosa Parks, Martin Luther King, Emmeline Pankhust, Madre Teresa, Mariana Bracetti, Luisa Capetillo y otras miles de figuras fuertes y valientes que se atrevieron a desafiar los miedos, los prejuicios y las injusticias, muchos estaríamos, todavía, encadenados.
Desde las más tiernas edades, en un vocabulario que entiendan, relatemos a nuestros pequeños los actos heroicos de esas mujeres y de quienes las elevaron en brazos para lograr la justicia, la igualdad y la equidad.
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