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El imaginario social democrático (Parte II)




Por: Juan Illich Hernández


Según hemos podido apreciar a nivel social e histórico, las prácticas democráticas e inclusive penológicas en el país resultan ser más sentenciosas que lo que representan sus mismos textos constitucionalistas. Nos dice el científico social Gazir Sued (2015) que como cualquier otro Estado y leyes en el mundo sus políticas prohibicionistas y sus impunidades restrictivas no se encuentran en los códigos civiles, sino más bien en el arte de la retórica política. Mediante este planteamiento se da pie para que los aspectos de menor atención como la fuerza de la costumbre y a su vez la misma realidad social que diseñan los medios de producción económicos implanten los meritorios dispositivos de control social.


En Puerto Rico, lo instituido y percibido por el sistema colonial es mucho más efectivo, plus aplastante que lo que hace el gobierno administrativo en puesto. Quiérase decir, que en lo que le compete al putrefacto Estado, lo que entendemos como “real”, imaginario y simbólico está totalmente influenciado no por las restricciones que imponen las leyes que le representan, sino por lo que percibimos imaginativamente. Sin embargo, para que estas fuerzas normativas puedan efectuar tales fines, es necesario el que rostro colonial, aunque sea frío y despreciable, cobre una imagen de afectividad. De esta manera nuestra percepción confunde lo prohibitivo versus lo permisivo acerca de eso que definimos como “democracia”.


Adentrándonos al cuerpo organizativo y sociopolítico de Puerto Rico, la democracia en el país nunca ha sido una peculiarmente participativa, sino más bien representativa la cual estriba en ir cada cuatrienio a la urna a votar. Este señalamiento se ha vivido a flor piel brindando en esa psicología social una sintomatología enfermiza clínica llamada “algofobia”. Según el filósofo surcoreano Byung Chul-Han (2021) define a esta como “una fobia al dolor, un miedo generalizado al sufrimiento” (p.11). Es decir, que básicamente desde la invasión norteamericana en el 1898 hasta el sol de hoy, continúa prácticamente circulando dentro de ese imaginario social un rampante miedo a los cambios radicales o revolucionarios como se ejemplifican en casi toda Iberoamérica.


En efecto, cuando se hace referencia al imaginario social puertorriqueño, ha ido floreciendo una aparente transformación en el campo, tanto político como económico. Dichas modificaciones, ni han sido transformativas, ni mucho menos reformistas, más bien sutiles. Es en ese sentido, que actualmente todo va movilizándose a una zona de conforte movediza llamada los centros de la izquierda y derecha ideológica. El partir de esta posición en el entorno de lo político es hacer un pacto faustiano, puesto que la solución de este sabor agridulce, pero contradictorio es asumir una postura neutral de lo que acontece históricamente.


Partiendo de estos últimos señalamientos, nuevamente reconfirmamos que el sinfín de estragos que arrastra consigo el remedio curativo de los puntos intermedios, es evitar problemas y responsabilidad de las decisiones que se ejecutan en el ámbito jurídico- político. Gran parte de todos los nefastos gobernantes que Puerto Rico ha tenido ostentan el denominador común de recrear en sus discursos y credos la fusión entre democracia y lo restrictivo paradójicamente hablando.


Así que, la retroalimentación del imaginario social descansa en las prácticas y experiencias cotidianas, tradiciones culturales y sobre todo en los hechos sociohistóricos los cuales solidifican las nuevas formas de cómo visualizar e interpretar la “realidad”. Por tal motivo, la sociedad puertorriqueña del hiperconsumo que reina a diestra y siniestra busca constantemente medios alternativos para adormecer los pilares claves de la filosofía revolucionaria. Estas características son: la reflexión, agitación, acción y transformación social… (Continuará)

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