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Inicio de una nueva era cuasi-narrativa

  • Foto del escritor: Editorial Semana
    Editorial Semana
  • hace 3 días
  • 3 Min. de lectura



Por: Juan Illich Hernández


Con el enigmático y temible acontecimiento de la inteligencia artificial la cual es aplicable para todo quehacer humano y a su vez con la lamentable muerte de Mario Vargas Llosa ha ido creándose una incierta ambientación en lo que concierne a la escritura. Puntualizando estos últimos datos, podría decirse, que intelectuales comprometidos como nos diría el filósofo Jean Paul Sartre (1960) de la altura de Vargas Llosa, ya hoy no los hay en Hispanoamérica. A pesar de sus controversiales posiciones políticas conservadoras y elitistas que haya asumido esta invaluable pluma, quien ganó varios premios nobel de la literatura con icónicos textos como “La ciudad de los perros” logró enmarcar un hito en la historia de la literatura.


Cabe destacar, que Vargas Llosa surge dentro de un Boom de literatos que no solo han marcado un antes y después en las humanidades, sino también una estética de cómo narrar. La mejor ilustración de este gran Boom fue gracias a las diversas contribuciones que se entretejieron con escritores de renombre como Julio Cortázar, Gabriel García Marqués, José Saramago, entre otros. Ante esta situación va cuajándose un irreparable quiebre de ese Gran Boom que se dio en el siglo pasado con esa cepa de pensadores y escritores comprometidos con la transformación social de su país.


Mediante estos irremplazables e imparables sucesos prosigue tristemente lacerándose la memoria colectiva, tanto a nivel global como latinoamericano con la introducción del remedio santo de la inteligencia artificial, el cual actualmente se ha tornado en la pieza integral dentro del entorno narrativo y comunicacional. Esta rampante problemática hoy ha hecho desvanecer la indescriptible capacidad para imaginar, crear, pensar y escribir, cualidades que el mismo arte narrativo cultiva. El arte de la narración no solo transforma la vida del lector/escritor, sino también la de su ecosistema imaginativo, real y simbólico.


Hoy día, con la ausencia de la distancia vía los aparatos tecnológicos se desbalancean por completo las nociones, tanto de lo que es estar cerca versus estar lejos. Dice el filósofo norcoreano Byung Chul-Han (2024) “El aura es pura narrativa, porque esta preñada de lejanía. La información, por el contrario, al suprimir la lejanía acaba con el aura y desencanta al mundo” (p.19). Tales señalamientos mejor no han podido ser dibujados, que bajo el trasfondo de todo ordenador y aparato digital. Precisamente estos “facilitadores” son los encargados de secuestrar nuestras más íntimas fantasías y deseos.


Así que, en esta supuesta y venidera salida de la digitalización en donde todo lo que lleve nombre de nuevas tecnologías o máquinas inteligentes como prédica mayor, lo que se está haciendo más bien es entregando en bandeja de plata vuestra acta de defunción. Es decir, que con el elogiable y aceptable acontecimiento de la cultura informática andamos desintegrando eso que nos hace homo sapiens, que es pensar por nosotros mismos e intercomunicarnos hacia otro plano animal.


Por tal razón, el rescatar la literatura, tanto en general como la Hispanoamericana es retomar nuevamente las raíces y venas abiertas como nos verbalizaría Eduardo Galeano (1980). Es por ello, que esa incurable enfermedad de la informática solo puede ser tratable reapropiándonos de la escritura y la lectura. Estos dos indispensables instrumentos los cuales danzan melódicamente a la par en todo sistema neurológico como psicológico son y seguirán siendo el medio de resistencia contra la era del fin de la escritura, plus imaginación. Vargas Llosa (1975) nos dice, que el arte de escribir no es un pasatiempo, es más bien un deporte.


Columna del Taller de Investigaciones Históricas Juan D. Hernández

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