Por: Lilliam Maldonado Cordero
La fábula de la vaca nos cuenta de un viejo maestro que, junto a su discípulo, decide visitar la casa más pobre de la comarca. La única posesión de esta familia, aparte de una finca descuidada y una casa derruida, era una vaca raquítica que les proveía leche escasamente para mantenerlos alimentados. El dueño de la casa se sintió honrado con la visita, invitándoles a pernoctar en su casa. Ellos aceptaron.
Esa madrugada, el maestro le dijo a su discípulo: “Levántante. Es hora de marcharnos y que aprendas una lección”. El discípulo agarró sus bártulos y siguió con sigilo al maestro, que caminó al traspatio. Para escándalo del muchacho, el hombre sacó una daga y mató la vaca. El joven, molesto, le cuestionó por qué había cometido semejante atrocidad. La respuesta fue: “Ten paciencia. Espera la lección”.
Pasaron varios años llenos de lecciones y aprendizaje para el joven, pero se quejaba de que nada había aprendido de aquel sacrificio. Una mañana, el maestro le dice al muchacho que se prepare para otro viaje. Para su sorpresa, llegaron hasta aquella casa, que apenas pudo reconocer desde la colina. La huerta estaba sembrada cuidadosamente, con árboles cargados de frutos. En el cercado pastaban animales. La propiedad, antes una ruina, había sido reparada y lucía muy buen talante. Al tocar a la puerta, les contestó un hombre de buena apariencia. El interior de la casa estaba tibio. Aunque no proyectaba opulencia, era una estancia acogedora. El joven no había reconocido que aquel era el padre harapiento que los había convidado en su primera visita, pero él los reconoció de inmediato.
“Saludos, buen maestro, qué gusto volver a recibirlos”, les dijo el hombre muy afablemente. Ya adentro, les prodigó los mejores tratos, e inició un relato. “Ustedes nunca podrán imaginar que aquel día en que ustedes partieron, alguien nos mató el único medio de sustento que tenía mi familia. Sin embargo, lo que entonces parecía una pesadilla, con el tiempo resultó ser una gran bendición. De la carne que tan generosamente nos dio la vaca pudimos alimentarnos, y hasta fuimos al mercado y la cambiamos por unos pollos y algunas semillas que, al tiempo, produjeron abundantes frutos. De no haber sido por el sacrificio de ese animal no hubiéramos aprendido a labrar la tierra y gozar de una mejor vida”. Esa noche fueron convidados a pernoctar con ellos. Disfrutaron de una buena cena, y el joven aprendió su lección.
El inicio de un nuevo año podría traer consigo innumerables cambios a nuestras vidas. Algunos podrían resultar de aquellas resoluciones que, año tras año, nos comprometemos a acometer, pero se van deshaciendo con el paso de las semanas. Metas y sueños que se van quedando en el camino a causa de la comodidad que regala la costumbre. Sin embargo, hay cambios producto de lo inesperado, de algún fracaso, del hastío o de las circunstancias. En la mayoría de los casos, son esas coyunturas de apariencia hostil las que producen los resultados más transformacionales en nuestras vidas. Aunque nos produzcan ansiedad, podrían ser el empujón para dejar atrás aquellas cargas que no necesitamos y que, por su peso, nos impiden llegar más lejos.
Ojalá que este año nuevo se lleve la vaca de la complacencia, y podamos reescribir y hacer concretas las metas y los sueños inacabados por culpa de la comodidad y el miedo al cambio.
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