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Papa Francisco: Constructor de puentes

  • Foto del escritor: Editorial Semana
    Editorial Semana
  • hace 2 días
  • 3 Min. de lectura



Por: Lilliam Maldonado Cordero


El término “pontífice” -atribuido a una etimología popular- proviene del latín y tiene su origen en dos palabras: pons, “puente” y facere “hacer”, que significa “constructor de puentes”. En la antigua Roma, era el funcionario a cargo del cuidado del puente sobre el río sagrado, Tíber. Más adelante, pontífice se convirtió en un título para designar a ciertos líderes pertenecientes al consejo religioso supremo de la antigua Roma, hasta llegar a los papas de la iglesia Católica, que para distinguirlos se denominan “sumo pontífice”. Y si ha existido un papa que haya dado testimonio de ser sumo constructor de puentes, lo fue Francisco, que ha ascendido a la Pascua eterna, precisamente, en la primera semana de la Pascua católica.


Papa Francisco, nacido en Argentina como Jorge Mario Bergoglio, fue el primer papa de origen latinoamericano y el primero de la orden Jesuíta. Se distinguió por su compromiso con los pobres, los migrantes, las mujeres y los rechazados. Su humildad lo llevó a alejarse de la pompa: vivió de forma sencilla en una habitación normal, rechazó el uso de las vestimentas papales ricamente ornamentadas y prendas históricas, abrazó y tocó a fieles y enfermos, lavó los pies de los presos, pidió perdón a los desposeídos de la tierra, criticó a los grandes intereses del capital, consoló a los entristecidos, y devolvió el gozo y la esperanza de la salvación a los que se sentían rechazados por algunos líderes fundamentalistas de la Iglesia. Verdaderamente, nos enfrentó a nuestra obligación moral hacia Dios y a los demás.


Papa Francisco puso la acción en la palabra. Reformó la Constitución de la Santa Sede para permitir a laicos, incluidas las mujeres, a convertirse en prefectos. Reconoció el valor de estas en la Iglesia, designando a varias a los cargos más importantes por primera vez: la hermana Raffaella Petrini como secretaria general de la Gobernación del estado de la Ciudad del Vaticano; Nathalie Becquart, como subsecretaria del Sínodo de los Obispos y primera mujer con derecho a voto en un Sínodo; Francesca Di Giovanni, subsecretaria para el sector multilateral en Secretaría de Estado a cargo de la diplomacia vaticana; la hermana Alessandra Smerilli, como secretaria del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano; Barbara Jatta, como Directora de los Museos Vaticanos; Cristiane Murray, vicerrectora de la Oficina de Prensa de la Santa Sede; y, Sor Simona Brambilla, al cargo de primera mujer perfecta de un Dicasterio vaticano. A la sazón, papa Francisco habría dicho: “No le neguemos a las mujeres la voz, respetémosles en su dignidad en sus derechos. Si no lo hacemos, la sociedad no avanzará”.


Posiblemente resintamos que se nos haya ido de forma tan rápida, aun reconociendo que su adelantada edad nos acercaba a su inminente partida. Es posible que no podamos degustar de inmediato la profunda dimensión de su paso revolucionario y transformador por la Iglesia. Seguramente, tardaremos años en apreciar los contornos de su huella, y ver la gran cantidad de puentes que construyó para acercarnos a la ciencia -injustamente proscrita, según él planteaba-, así como a otras religiones, creencias y espiritualidades.


Nos enseñó que la ética aplica a todos. Trabajó desde el lecho de la enfermedad, y celebró su misión hasta el último día: desde la Pascua hasta la Pascua. Siendo el líder principal de la religión fundacional del cristianismo, no se dejó abrumar por su título, y nunca renunció a ser una persona humana.

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